Todas las personas hablan solas pero son pocas las que se sienten orgullosas de ello. Esto no es ni una crítica ni algo para celebrar, pero no me parece bien que siga siendo motivo de vergüenza. Hoy intentaré normalizar el tema, aportando datos estadísticos muy fiables. Cuando digo hablar solo, me refiero a ese proceso común que casi todos llevamos a cabo con discreción y que nos lleva, por mucho que nos resistamos, a iniciar una conversación recurrente y poco determinante sobre cualquier estupidez que nos interese. La conversación es protagonizada por uno mismo todo el tiempo; ya que incluso cuando se permite la entrada imaginaria de otros personajes, estos pierden parcialmente su personalidad real, para someterse, sin saberlo, a nuestros deseos, ideas y sentimientos más o menos ocultos. Los temas de las conversaciones con uno mismo son variados y casi siempre difieren por completo de aquello que caracteriza la realidad vivida. Se puede estar hablando con Cleopatra sobre la caza de elefantes mientras se barren las pelusas de debajo de la cama, por ejemplo. Como decía, esta actividad se hace en silencio porque está socialmente considerada tabú. No se tienen muchos datos sobre quién lo "prohibió", pero imagino que debió ser el mismo que respondió que no estaba bien subir a los árboles a descansar cuando se le pidió construir escaleras para acceder a ellos con mayor facilidad. Actualmente, si uno habla solo en voz alta puede llegar a asustar a los demás e incluso, enterrar su reputación para siempre. Tampoco se recomienda hacerlo cuando se conoce gente nueva o cuando se inicia una relación amorosa o de trabajo. Hemos llegado tan lejos con este tabú que, podríamos igualarlo con otras prácticas realizadas en público como retirar desechos del cuerpo sin usar papel higiénico, tener sexo en la calle o confesar ser aficionado a lamer pies. Son cosas que simplemente, no están aceptadas y tengo que decir que no me parece; aunque, según qué casos, mantener un respeto psicológico hacia los demás aguantando el deseo de oír nuestros propios pensamientos, nos viene bien. Me explico: una buena parte del contenido de las conversaciones que mantenemos en soledad no interesan a nadie más que a nosotros mismos, no pueden ser comprendidas o están demasiado fuera de lugar, algo que para según quién, puede ser triste, aunque para mí es hermoso porque esas ideas que mantenemos en silencio son el tesoro más delicado de los individuos cuerdos; lo único que se va con nosotros a la tumba, ideas que se diluyen en nuestro propio ser sin manchar a nadie más. Las mentes obsesivas, (un 30% de la gente, punto arriba, punto abajo) protagonizan diálogos mono temáticos; las mentes despistadas (casi el 20% de los observados), crean historias sin final; la gente de orden, conversa por capítulos; los adolescentes, se hablan de amor. Por mi parte, los que contamos las cosas, nos la pasamos eligiendo qué historias son dignas de salir de su anonimato y cuáles deben ser abortadas y figuradamente incendiadas en un profundo pozo lejano al alcance humano. Pero partiendo de que somos todos los que lo hacemos, el hecho en sí, no tiene gran interés, lo que sí que interesa son otras cosas como por ejemplo saber a qué edad dejamos de hacerlo en voz alta o conocer en qué situaciones la gente habla sola. Y por eso, junto con mi amplio equipo de investigación imaginario hemos realizado esta mañana, de camino a la oficina, un trabajo de campo referente al segundo punto, estudio que, adelanto, podría cambiar el rumbo de la historia. Nuestra hipótesis es que, existen un puñado de situaciones en las que se enciende el motor de habladuría solitaria y dependiendo de cuál sea la situación más recurrente de cada persona, se puede definir un perfil. Para muestra un botón, yo hablo sola mientras camino. Lo hago en silencio, pero a veces los que vienen en dirección contraria me pillan haciendo algún gesto. No considero hablar sola en la ducha, porque ahí lo que hago es cantar; en mis ratos muertos tampoco lo hago, divago, sí, adivino enfermedades a las personas que tengo a mi alrededor, pero no hablo sola. En la noche, antes de dormir, cuando el sueño es vencido tampoco hablo sola, sino con el miedo (o con Dios, en su defecto, para decirle que estoy cagada de miedo). Por tanto, el momento que aprovecho para revisar mis temas pendientes es cuando estoy en la calle, quizás en un profundo deseo auto destructivo de ser atropellada por un camión o porque al mover las piernas se me rebotan las neuronas, no lo sé, pero mi sitio de conversación es ese: la calle. Otra gente prefiere los momentos de impaciencia. Como ayer hizo el señor gordo de la sala de espera de la consulta del doctor Rebull. El gordo ya había perdido la vergüenza y se mandó con un diálogo a media voz sobre lo complicado que había sido para él llegar al hospital, subir las escaleras, hablar con la mujer de la recepción que qué cara tenía de parca y ahora estar ahí, esperando al musculado doctor Rebull. Hablaba lento, como para no perderse de nada y su gesto serio y preocupado sumado al tamaño de su cintura, me hacía pensar que debía estar muy enfermo del corazón. Pobre hombre, pensé, debe ser una de sus últimas conversaciones a solas. Cuando salió el Rebull, el hombre se paró de golpe y su diálogo casi-interno se detuvo. Se fue hacia él, en actitud despiadada y empezó a gritarle por hacerle esperar, que si las escaleras, que si la recepcionista, que si el tiempo, mientras sus piernas cortas caminaban directas hacia la puerta del consultorio, casi sin mirar al médico. Así supe que la gente que habla consigo misma cuando está impaciente puede ser peligrosa. También tenemos el perfil de gente que habla sola mientras hace cosas productivas como cocinar o trabajar. Este grupo, formado básicamente por mujeres, se caracteriza por su capacidad multitarea. Suelen ser personas tímidas que gozan de un riquísimo mundo interior de difícil acceso. No conseguí detectar más perfiles porque el camino de mi casa al trabajo dura diez minutos a pie. Finalizo este post comentando que prefiero a la gente que habla sola en silencio, pero debemos aceptar a los que no pueden dejar de mover la lengua cuando se pierden en sus pensamientos. No pasa nada, sabemos que no son víctimas de la locura, sino de un tabú. Esto que nos iguala, nos libera... nadie sabe cómo.
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Hace un tiempo entendí que si seguía ganando y perdiendo dinero por igual, iba a terminar paseando por la ciudad con un carrito de la compra. Paréntesis. En Barcelona, he notado que algunos mendigos, que ya se sabe que siempre llaman mi atención, caminan acompañados de un carrito de la compra. Los estuve observando y al que se pone frente a mi oficina a pedir, le pregunté para qué los usan. Resulta que es una herramienta de trabajo para recoger cosas que otra gente ya no necesita. Sigo. La idea de mi misma llevando el carrito por la Diagonal no me emocionó así que pensé "se acabó el despilfarro" y justo en ese momento de firme decisión, olí el que es, desde entonces, mi perfume favorito. Así es de contradictoria mi existencia, paseando por Chanel mientras reflexiono sobre mi potencial mendicidad. ¡Qué putada! Me fui a casa triste. Sí, lo acepto, triste. Víctima de esta sociedad odiosa y banal donde tengo que echarme colonia. Me hice un cigarro y empecé a pensar en cómo podría conseguir ese perfume sin pagar por él. No quería esperar a Navidad ni tampoco robarlo porque yo sólo robo libros... y por convicción. Como no se me ocurría nada bueno para lograr mi objetivo, decidí olvidarlo. Y no pude. El perfume soñado por fin había llegado a mi vida y estaba ahí, a unas pocas calles de mi casa gritando desde su pequeño escaparate del corte inglés "¡Dani, llévame contigo!". Como una madre con el hijo perdido, llena de desesperación, se me ocurrió una idea. La solución pasa por hacer un mapa de las perfumerías de la ciudad, caminar mucho, y actuar un poco. Recomiendo usar google maps y zapatillas de deporte. Llegué a Sephora con mi plan entre manos y esa cara que pongo cuando sé que voy a conseguir lo que quiero. Busqué a una chica de negro que tuviera pinta de ingenua y le dije "¿Puedo preguntarte por un perfume?" A continuación debes dudar y usar frases como "Quizás este sea el ideal" "Es floral, ¿no?" "Sí, creo que este me gusta" El siguiente punto es intentar crear cierta complicidad. "¿Crees que podría usarlo para una ocasión especial?" y a continuación pedirle una muestra "porque ya me he perfumado hoy y quisiera probarlo mañana" si lo has hecho bien, es posible que hasta te regale 2 (me ha pasado). Calma, piensa que normalmente estas chicas saben que no van a heredar la franquicia así que no les va a importar cederte un poquito de perfume. Durante tres días caminé por todos los Sephora de Barcelona y demás tiendas de perfumes con gente amable. En casa, llené un dosificador de 100 ml viejo con las muestras conseguidas y aunque ustedes no lo crean, huelo a todas las pinches flores de Chanel sin haber gastado nada. Suerte y... ¡buena pobreza para todos! Yo la conocí vieja y durante varios años tuve la duda de si nació así.
De niña me gustaba imaginarla saliendo desnuda de algún hueco de debajo de la tierra, con la boca bien pintada de fucsia haciendo juego con el esmalte de las uñas de los pies. Era un ser impresionante. Me enteré de su apoyo al único movimiento político que conocía un día de tertulia familiar post atracón dominguero, donde haciendo gala de su lema básico de vida “vamos a joder un poco para digerir mejor”, carajeó con soltura al presidente de turno. Orgullosa de tener apellido compuesto como seña de pertenencia a la más alta clase social de Lima, no tenía reparo en gritar a indios y mestizos callejeros. Le gustaba lucir su piel blanca y su pelo rubio ante los que ella consideraba "inferiores". Era ofensiva, pero más que ofensiva, débil y dulce. A sus ochenta años, la edad que siempre pareció tener, recordaba con memoria fotográfica todos los chismes familiares. Su interés por la vida privada de tíos, primos, conocidos y hasta vecinos, parecía revelar algo que quizás nadie en la familia quería entender: moría de ganas por ser uno de nosotros. Y es que, aunque era común decirle que formaba parte de la familia, era bastante complicado que ella así lo sintiera. Y no me extraña. En las continuas reuniones familiares era el principal motor de nuestras carcajadas. "Pobre vieja", decían algunos limpiándose las lágrimas de tanto reir. Nos burlábamos de sus tetas, principalmente, aunque también de esa voz de bruja mala tan dañino para el oído humano. Los únicos que superaron a las tetas fueron los labios, que parecían haber sido operados por el doctor Chapatín resaqueado después de una de nuestras reuniones. Ante todo era una vieja digna. Podía estar destrozada y hundida, podía ser motivo de burla, podía incluso rogar en silencio un poco de afecto, pero nunca dejaba de aparentar sentirse grande. Recuerdo que siempre alardeaba sus virtudes y sus pequeños logros en el terreno amoroso y social, quizás a modo de defensa o como un esfuerzo más hacia su eterna búsqueda de aceptación. Cuando mamá me contó que era divorciada, me quedé atónita. Los conservadores de mi familia solían decir que su marido la abandonó y se fue a Mozambique porque ella le obligaba a sacarse los zapatos para entrar a la casa. Desde entonces su fama de come-hombres no hizo más que crecer. Todo esto ella lo traducía en un simple y categórico "soy limpia e irresistible". A pesar de sus defectos, eran sus pendientes grandes y su pelo siempre bien peinado, los que me hacían quererla profundamente. También me hacía quererla saber que un día en familia era bastante menos divertido sin ella. Sobre los huevos mucho se ha escrito. Que si alimentan, que si dan cáncer, que si no hay que afeitarlos, que si la yema sube el colesterol y la clara te pone cachas.
De lo que no se escribe mucho es del hueveo como acción primerísima de la historia de la vida humana. A mí por ejemplo, me encanta huevear. Y de hecho, es una de mis palabras favoritas de la jerga peruana; siempre que conozco a un no "peruano-hablante" intento mostrarle sus múltiples acepciones y significados con el fin de enamorarlo del término y sus derivados. A veces nada me hace más feliz que una persona extranjera diciendo "¡Qué huevada!" El huevear para quien no esté familiarizado, es la acción de no hacer nada importante. Nada importante porque huevear ya es en sí misma una acción bastante importante. Y de eso quería hablar hoy. Ahora bien, no hay que confundir. Huevear no es únicamente quedarte tieso en la cama o en el sofá con la mente en blanco. Huevear puede ser por ejemplo, quedarte tieso en la cama contando las arañas del techo. Se trata de cualquier acción que no requiere mucho esfuerzo y que misteriosamente, produce un placer excepcional. Entonces, abro mi agendita imaginaria y en el espacio de calendario veo todo lleno. Me excuso diciendo que me gusta hacer cosas y me apunto a todo cursito que encuentro, invito gente a mi casa, organizo fiestas, en fin... me encanta huevear pero nunca hueveo. Me he ido dando cuenta de que no soy la única persona a la que le gusta llenar su calendario de tareas por hacer (espero tampoco ser la única que tenga una agendita imaginaria) Y hoy venía caminando de mi casa al trabajo y recordé esto que me ronda la cabeza hace unos días: la importancia de encontrar el equilibrio perfecto entre el huevear y el hacer cosas. ¿Cuándo dejó de ser valioso el tiempo en el que uno huevea? ¿A qué famoso pensador se le metió la idea de que la gente que huevea no sirve para nada? De niña me comieron tanto la cabeza con eso, que me empecé a sentir mal cada vez que mi cuerpo pedía estar ahí tranquilita, boca arriba en la cama cantando alguna canción. Deja de huevear y ponte a estudiar. Ya ya ya, mucha huevada Daniela, ¡haz algo! Me sentía mal y poco a poco, dejé el huevear más y más en el olvido. Hoy reivindico eso que nunca debimos dejar de valorar. Hay que huevear señores, sino la vida se convierte en una perfecta huevada. Hay que darse un tiempo para aburrirse y revivir la pesadez y el tedio adolescente de vez en cuando. Hay que buscarle un hueco a la nada porque eso significará que nuestra “nada” nos sigue gustando. Algunos adelantados pensarán en los riesgos de incursionar en el hueveo. Calma. Lo de que la pereza es la madre de todos los males puede que sea verdad, sí, no lo niego. Mi abuela lo decía mucho y algo de crédito le doy a la mujer; pero para mí, el hueveo está más cerca de ser el padre de la creatividad que el progenitor de la maldad. Si estoy perezosa, no sé ustedes, pero no me da por imaginar maneras de matar pollos. Si fuera así, mi problema no sería exactamente el exceso de hueveo. Psicólogos amigos de este blog corroboran esta última afirmación. Aprovecho para agradecer la desinteresada colaboración. Así que padres del mundo, dejen a sus hijos huevear. Hueveen con ellos. Permítanles hacer sus huevadas con soltura y alegría y no los llenen de culpas que luego los convertirán en unos huevones... porque en la vida hay que saber desconectar para conectar luego con uno mismo de nuevo y no conozco manera más linda que ésta. Y a aquellos perdidos como yo, que no tuvieron la suerte de tener padres cordiales que consideraban el hueveo como parte integradora de la personalidad, medio de desfogue creativo y reencuentro espiritual, atrévanse a disfrutar hueveando. Y como si las huevas, comenten con familiares y amigos lo rico que se siente, para que todos empecemos a huevear un poco más y nos dejemos de tanta huevada. Estoy tan jodidamente vaga hoy que sólo alcanzo a imaginarme. Y ahí estoy pues, tirada en una hamaca en medio del paraíso, mirando el mar con un hombre a cada lado. ¿Quieres más cerveza, mi amor? Y mágicamente mi hombre “A” convierte un poco de arena en una Vol Damm heladita. Mi hombre “B”, para no quedarse atrás, me va echando aceite en las piernas. Aceite, sí, porque en mis sueños el sol no hace daño a la piel. En mi fantasía casi erótica de viernes por la mañana hago una repentina modificación: la Vol Damm por un chilcano de pisco, con su limón y sus hielos, el toque justo de azúcar y ginger ale. Mi cóctel perfecto. Ahora los tres compartimos mi chilcano con cañitas de esas largas. Qué generosa estoy. El sueño se vuelve todavía más dulce cuando escucho de fondo “lovefool”. Cantamos y yo me vuelvo a sentir tierna como cuando a los quince años. Love me, love me… say that you love me. En fin, el caso es que no, no estoy en una playa, de hecho, ni siquiera es verano donde vivo y por si fuera poco, me esperan 7 horas de jornada intensiva rodeada de mujeres. Pero mi fantasía tiene su lado positivo porque me hace recordar algo que leí esta semana: la Comisión Europea ha dicho que el Pisco es Peruano. Léase, no chileno. La mitad de la peruanos que “conozco” compartió la noticia ahí donde pudo con una ansiedad indecible, todos babeantes de un orgullo patriótico que quizás jamás podré terminar de aceptar. Tengo unas preguntas ¿de qué nos sirve a nosotros, simples mortales borrachosos, saber de dónde es el pisco? ¿para fardar? ¿para tener un nuevo argumento en la interminable pelea Perú – Chile? ¿es que acaso sabiendo de dónde es el pisco te emborrachas más rápido? Aquí va un ejemplo: el otro día fui a una fiesta y una amiga me presentó a una chica bajita y con cara de buena onda. Me dice entre gritos “Ella es Flor, la que te dije que da masajes a domicilio”. Al instante me imaginé disfrutando el masaje en un ambiente con olor a aceites esenciales, hasta que mi amiga suelta chillando en mi oreja “¡es chilena!” Yo me acerqué a Flor y dije “¡yo soy peruana! encantada” como para enfrentar nuestra realidad de una vez. Sus ojos y los míos se cruzaron por una fracción de segundo con gesto de “ostiaaa…” y no por ser partidarias de la guerra estúpida entre nuestros países, sino por temor a que la otra lo fuera. Mi imagen mental del masaje perfecto cambió y me vi a mi misma echada boca abajo mientras ella sigilosamente sacaba del armario un cuchillo afilado para partirme a cachitos. Quizás ella esté más cuerda que yo y no tuvo ninguna alucinación repentina cuando supo que yo era peruana, pero estoy convencida de que al menos algo sintió. Gracias a Dios o al DJ que en ese momento eran lo mismo, supe que Flor y yo habíamos podido arrancar de nuestras mentes debilitadas por los ascos de la sociedad, todos los prejuicios contrarios a lo que podría llamarse una sincera y amable vecindad Peruano – Chilena así que pudimos hacer que esa fracción de segundo de tensión se diluyera sin más. Basta ya de ponerle nacionalidad a todo para luego tener más con qué pelear. Si no eres un exportador de pisco o algo así, sé sincero y no digas que esta noticia es importante para ti, porque no tiene sentido que lo sea. Es más, peruano amigo, chileno amigo, sí, a ti te hablo, invita a tu casa a tu vecino chileno o peruano y compren un pisco de cada país. Retiren las etiquetas y háganse un trago con cada uno. Si al menos saben distinguir cuál es cuál (después de haber tomado previamente unas tres copas de pre-calentamiento) escríbanme para hacer realidad mi fantasía de hoy. Pero si no lo consiguen, será que tengo razón con lo que digo. El pisco es mío porque es nuestro. ¡Salud, pó! Martes de confesión: soy adicta a los chinos. Sé que a muchos les pasa, por eso me atrevo a contarlo.
Desde que entro, ¡no! desde que estoy cerca de entrar a una de sus tiendas, siento ese olorcito a juguete nuevo que me encanta y me atrae como no se qué o qué. Entro y saludo; la china o chino siempre tienen su mostrador en la entrada. Normalmente están sentados viendo televisión china o escuchando música china. Me caen bien porque no les intereso para nada. No quieren saber qué carajo necesito, no tienen la mirada del comerciante ansioso por saber si vas a comprar algo o no. No me odian si no les compro nada porque saben que igualmente son siempre necesarios para muchos otros. Ellos están ocupados con su telenovela que sólo ellos entienden y mientras tanto, con su tercer o cuarto ojo (yo sé que tienen más de dos) miran de pasada las cámaras de seguridad. Pero no, jamás se me ocurriría. A los chinos no se les roba, a los chinos se les respeta. Ojo al chino que trabaja todo el día sin quejarse. ¿Qué me dices de sus jornadas de mil horas sin descanso? En su cultura se apoyan entre ellos, sufren en solitario y son duros como piedras. Para mí son todos Bruce Lee. Merecen tanto mi respeto que no les robaría nunca. En cambio, disfruto. Entonces entro, saludo y me pongo a pasear. A ratos cierro los ojos, camino un poco y los abro de pronto intentando adivinar qué encontraré frente a mi: ¿Será un cojín feo? ¿Quizás un producto de limpieza radioactivo? ¿una caja de plástico multiusos? las posibilidades son tantas que no puedo parar. El caso es que antes era más divertido todavía porque existían los "todo a cien" (cien pesetas) que ahora son los "todo a 1 euro" en peligro de extinción. ¿Qué les pasa a los chinos que ya no abren más esa clase de negocios? Se están poniendo occidentales, eso es, abren tiendas mejor organizadas con nombres rebuscados y modernones. Están perdiendo su esencia y eso no me gusta. Por ejemplo, abrieron hace poco uno cerca a mi casa y yo me emocioné cuando estaban en obras, cómo no, pensando en un chino normal, pero cuál fue mi sorpresa... Se llama "Casa Linda" y se parece tanto a Ikea, que ya veo rubia a la china. Además nada de precios buenos, todo es caro y de excelente calidad. Me encantaría un “Todo a un Euro” donde de verdad hubiera de todo. Si tengo hambre, voy al todo a un euro, saludo a la china y me llevo un sándwich de pan de plástico. Me lo como mientras recorro pasillos desordenados y compro bombillas a un euro, cestas a un euro, bragas, máscaras a un euro… todo, todo y todo lo que pueda imaginar. Si en el mundo todo costara un euro, habría más igualdad y nos reiríamos más. Dejarían de existir los bailarines zombies en las discotecas y a nadie le faltaría nada. Los ricos se irían todos a una isla especial a llorar sus penas y nos dejarían a los terrícolas simplones con nuestro incienso barato y nuestros adornos cutres de 1 euro. Todo volvería a ser perfecto. Así que, chino amigo, te pido ayuda en nombre del mundo. Estamos en tus manos. Recomiendo la zona del Eixample de Barcelona, excelente para invertir en este tipo de negocios ;) Las discotecas pijas son igual de pijas en todos los países. Asumo que hay diferencias y niveles de pijerío, pero para mí es todo el rato más de lo mismo: colas de espera interminables aunque el sitio esté vacío, guardianes de entrada que parecen disfrutar de su trabajo sólo cuando dejan entrar a sus amigas de turno, modelitos similares aquí y allá. En fin, un circo lleno de colores, lentejuelas, iphones y mucha coca.
Debe ser que para mi todas son iguales porque no soy parte del grupo, no conseguí nunca igualar el tono de voz de los ricos y nunca llego a fin de mes con suficiente "cash" como para ir a comprar ropa cara porque me gasto el dinero en desayunos magistrales y vino. Culo e hígado cuidados por igual. Pero, a pesar de esta carencia, mi capacidad de observación es suficiente para detectar perfiles discotequeros y les aseguro que el tema da para un post, o dos si me pongo. Ya veremos. Llevo meses dedicándome a subir a las zonas altas de las pistas de baile de los clubs más "super guays" de Barcelona fingiendo que estoy dándolo todo, con la digna finalidad de confirmar mis hipótesis sobre algunos seres de la noche. Abro paréntesis: para los poco entendidos, las zonas altas son esos espacios pensados para que los cazadores de borrachas detecten a su presa con más facilidad y eficiencia. Para presentar mi primer perfil discotequero les haré una pequeña consulta: si vas a una discoteca, vas a bailar ¿no? y si vas a bailar, entonces necesitas moverte... si has de moverte, ¿por qué carajo te pones zapatos que te lo impiden? Respuesta: Eres un bailarín zombie. Comprobé la existencia de estos la semana pasada en un afamado club de la ciudad. Lo primero que pensé es que la gente usa zapatos tan descaradamente incómodos que se convierten en zombies, todos hacen los mismos pasos de baile que consisten en mover ligeramente el cuerpo para aparentar que están bailando pero sin pasarse. No dejan de estar ligeramente emocionados pero no lo suficiente como para demostrarlo y mantienen todo el tiempo un gesto de casi-que-quiero-reír-pero-me-matan-las-patas. Algunos tienen arrebatos de vitalidad, quién sabe porqué, entonces se arrancan a levantar una mano en señal de aprecio al DJ. Inmediatamente después el dolor de pies resurge y ellos vuelven a su estado natural de ultratumba. Ustedes se preguntarán que cómo es que los pude distinguir y yo les cuento, fue muy sencillo, me fijé que en las discotecas la gente es más alta que en la calle o en el metro; esto ya me hizo sospechar. Luego procedí a establecer contacto con ellos en su entorno natural y así descubrí que aunque los empujes, no se inmutan. Además, si los miras a los ojos notarás que todos tienen el mismo aspecto, como de pesadez de cuerpo, lo que me hizo pensar que quizás sea otro de los efectos de su transformación. Otro perfil discotequero es el del estilista. Los estilistas son gente especial sin ningún tipo de clemencia por la humanidad. Se les conoce como la mano dura del glamour. Personifican el temor de cualquier padre de familia que se preocupe por la felicidad de sus hijos feos. Su labor es hacer mierda a la gente que ellos consideren poco agraciada. Un estilista es una persona con mirada atenta dispuesto a destrozar la autoestima de cualquiera por un salario regular de trabajador de la noche. Los reconocerás parados en la entrada de la discoteca con sus abrigos de piel y resguardados por los "puerta". De piernas flacas y gesto sutil de pasarela de NY, tienen una facilidad natural para mandarte de vuelta a casa humillado con sólo una mirada. Los más amables cuando te dicen no con la cabeza, te regalan una cuerda "por si te hace falta". ¿Cuándo la gente dejará de esforzarse tanto y empezará a divertirse de veras? ¿Cuándo la fiesta dejó de ser una FIESTA? Dicen que el baño es un lugar excelente para el desarrollo creativo. Hay gente a la que se le ocurren ideas maravillosas mientras….
Yo, en cambio, soy más de la creación bajo el agua. De niña imaginé tantos anuncios de jabones como duchas me di, que no fueron muchas, porque tuve una época muy, muy guarra: me mojaba un poco el pelo y dejaba el agua correr, me perfumaba y al rato salía del baño gritando “ya estoy limpia”. Es rico apestar cuando eres pequeño. Como un primer encuentro con tu condición humana. Pero de vez en cuando sí que me duchaba (por esto de no levantar sospechas) y entonces imaginaba jingles publicitarios para vender shampoo, cremas y esponjas de baño, siempre de distintas marcas, dependiendo de la oferta del mes. Era una ruleta, ¡nunca sabías qué marca tocaría! A veces pienso que si hubiera tenido una madre obsesionada con comprar una sola marca, no habría tenido que hacer tantos “anuncios” diferentes y me hubiera terminado dedicando a otra cosa. Qué cruz me dejaste, mama. Curiosamente en mis años de trabajo, nunca me han tocado marcas de shampoos. Menos mal Dios todavía tiene clemencia conmigo. Resulta pues, que cuando quedaba un año para salir del colegio (para ese entonces ya me gustaba oler bien, por cierto) me empezaron a preguntar todo el tiempo que qué quería estudiar. En esa época mi afición habría sido dedicarme a investigar anatomía masculina o procesos de producción de cualquier bebida alcohólica que se tercie, pero como nada de eso se ofertaba en la universidad y en la Lima en la que crecí, la clase media SIEMPRE tenía que hacerse profesional para poder ser “alguien” y no dejar llorando a toda la familia, empecé a buscar respuestas. En esos años se empezaban a poner de moda las charlas vocacionales, los test vocacionales y los talleres vocacionales. Todo igual de inservible. Yo creo que como era novedad, aun no lo tenían dominado. A mí por ejemplo, un mes me decían que podía ser ingeniero industrial y al otro que mejor estudiara veterinaria. Los tests y las charlas a las que asistí fueron muy variadas. Durante un tiempo mi padre se obsesionó con convertirme en arquitecta así que le di gusto y fui a la charla de arquitectura. Yo jamás me había fijado en la estructura de ninguna casa excepto la nuestra y sólo para analizar cómo saltarme las rejas sin hacer ruido cuando volvía de fiesta después de la hora permitida. Volví de esa charla con pena por decepcionarlo, aunque poco a poco fue abandonando el sueño de la hija arquitecta y empezó a decirme esa frase derrotera de “ya haz lo que quieras”. Derrotado pero divertido porque saberme indomable sé que siempre le hizo reír a solas. Mi madre en cambio, más romántica que Sergio Dalma, me dijo a escondidas que me dedicara a escribir. Me dijo que no importaba si era pobre después y nadie en la familia lo entendía. Estudia Literatura, es lo que te gusta, toda tu vida has escrito. Error. Me gusta escribir pero no soy una devora libros y la idea de tener que leer montañas de textos que no considere buenas, me mataba las ganas de estudiar letras. Asistí a talleres de diseño, de negocios, administración y alguna que otra cosa más por mera curiosidad pero aun así, no conseguía decidirme. Entonces en uno de estos días tontos, debía de ser domingo, me acordé de mis duchas largas haciendo anuncios y dije: seré publicista. Y fui a las charlas y me dejé enamorar. Y entonces se jodió todo. La moraleja de mi vida: hasta un test vocacional tiene más valor que yo en un día tonto. ¿Es atrevido escribir sobre un país en el que nunca estuve? Intenté no hacerlo porque me criaron las monjas y lo de ser atrevida se supone que está mal. Lo intenté y lo intenté, pero no pude: Así que ayer, a eso de las 3 de la tarde, cuando mis ideas empezaban a ordenarse después de dormir como una morsa, leí que en Bolivia ya no hay Mc Donalds. En la nota hacían referencia a un vídeo documental donde, después de consultar a todo tipo de profesionales súper interesados en esta cagada de tema (¿?) se concluía que la razón por la que ya no se podía comer Big Mac en Bolivia era que simplemente la cultura del país no había hecho clic con la modernidad de tan maravillosa creación de la evolución humana. Los de Mc Donalds, pobrecitos, lo intentaron todo: hasta pusieron salsas autóctonas a sus hamburguesas para que los bolivianos se las comieran. Pero según el análisis, los indígenas se resistieron por no saber apreciar las delicias del primer mundo. Yo, repito, nunca fui a Bolivia, y lo poco que sé es Titi para Perú y Caca para Bolivia, chiste malo que te repiten hasta quemarte el cerebro cuando eres niño. Siempre me pregunté si les dirían lo mismo a los niños bolivianos: Titi para Bolivia, Caca para Perú. Seguro que sí. En fin, se fue Mc Donalds de Bolivia. ¿Me da alegría? ¿Orgullo regional, quizás? ¿Cómo te sientes, Daniela, con esta noticia? me pregunté a mi misma ahí tirada en la cama apestando a cigarro. Pues... no lo sé me respondí, pero curiosa seguro. Me dormí un rato más y soñé que cruzaba el Titicaca nadando entre animales gigantes, llegaba a la orilla en territorio peruano donde me esperaba Ronald McDonald malvestido, triste y cagado de frío, con una bolsa grande llena de McNuggets que gritaban con voces de ultratumba: Cómeme, cómeme, cómeme. Del cielo empezó a caer salsa de ají y todos nos desintegramos lentamente. Cuando me desperté recordé que una vez hace muchos años en Lima, conocí a una boliviana, amiga de una amiga. La llevamos de turisteo por Larcomar: una tía de metro ochenta, rubia de revista, guapa y con todos los pelos en su sitio. Aburridísima. Hablaba mitad alemán, mitad español porque buena parte de lo que decía eran apellidos familiares: Es que en La Paz, mi tío Frederick Wittgestein se casó con la hija de los Oppenheim y montó una fiesta que… en fin, una pija de mucho cuidado. Si fuera por ella, que resucite Hitler y extermine a todos los nacos de su ciudad porque aj, ¡esa gente es lo peor! Después del paseo con la boliviana llegué a mi casa con más ganas de vomitar que si me hubiera comido tres Mc Pollos. Estoy segura que esta chica a la que jamás volví a ver, se sintió triste cuando se enteró de esta noticia. Estoy segura de que odia a Evo Morales y sus jerseys de lana de colores. De lo que no estoy tan segura es de lo que dicen los medios sobre el tema. Y como no les creo nada, me puse a rebuscar entre los comentarios de la gente al respecto. Algunos decían que no se trata de una falta de apertura por parte del pueblo boliviano, sino que simplemente los precios eran excesivos. Otros dijeron que la realidad es que en el país se vive un rechazo brutal a lo norteamericano por parte del Estado y que es esto lo que anima la retirada de compañías gigantes como esta o la Coca Cola. Motivos válidos o no, nunca sabré cuál fue la razón porque seguramente fueron varias. El caso es que me jode, me jode y rejode profundamente que se esmeren en decir que el motivo por el que McDonalds no funcionó en Bolivia es la falta de "algo" en la gente de ese país. ¿Falta de qué? Falta de nada. Púdrete Ronald Mc Donald. Me desespera el cotilleo y el hablar por hablar de la gente. Los reality shows de aspirantes a famosos, los famosos de verdad, la señorita laura que no merece ni la mayúscula en la ele de su nombre, los casi famosos, los que nacen famosos, los que se hacen famosos de pronto y se quitan rápido, los paparazzi de vocación y todo lo que rodea al mundo del "corazón". Por ejemplo, si compro en una tienda y me entero que un famoso compra ahí, ya no voy más. A ese nivel. Si estoy en un bar con una amiga y decide ponerse a hablar de alguien famoso, mi cerebro empieza a imaginar cosas con el fin de bloquear toda esa información automáticamente etiquetada como inservible. En fin, me molesta esto porque soy una pesssada. Porque me aburre el chisme y la vida de la gente sin un contexto interesante y tras un periodo de profunda introspección, he llegado a la conclusión de que esto se debe a que no soy de la realeza. Porque si yo hubiera nacido princesa, definitivamente me encantaría el chisme. O Duquesa, o archiduquesa. Pero como no fue así y como tampoco me esmeré en ser famosa (no formé parte de un accidente aparatoso ni nací con un don para la actuación o algún deporte como el boxeo) siempre he preferido mantenerme muy alejada de todo lo que no me incumbe. Ahí donde me llaman voy y donde no, ni me lo pienso. Me ocupo de mi vida y trato de no juzgar nunca a los demás, no por un tema de valores sino simplemente porque me da muy igual. Pero como decía, si tuviera apellido real ¡otro gallo cantaría! (como este que anuncia que Cristo viene). En ese caso, en el de ser princesa, el chisme sería parte de mi día a día porque tendría que recurrir a las revistas y programas del corazón para enterarme de la vida de mis allegados principescos y para darle un toque extra de diversión a la mía. De hecho contrataría a varios periodistas (súper guapos todos ellos) para que me leyeran (desnudos) las últimas noticias. Además, compraría un cohete para irme de viaje al espacio con amigos cada víspera de mi cumpleaños y tendría la cocina mejor equipada del planeta llena de robots y hornos supersónicos. Prepararía tartas gigantes y las mandaría a pueblos recónditos para aumentar mi nivel de famosidad y publicaría mi propia revista con las verdades de los cotilleos de los famosillos que jamás llegarían a alcanzar mi nivel de glam. También me haría un clon para que haga las tareas de estado mientras yo me deba ocupar de mis excentricidades y mandaría cartas de amor a simples mortales sólo para confundir; luego, miraría sus caras en las portadas del Hola! o de alguna de esas revistas horrendas que jamás compraría, ni aun siendo princesa, porque entonces me las regalarían fijo. También aprovecharía de tener un huerto enorme donde cultivaría todo tipo de hierbas y alimentos y compraría una isla-paraíso-del-placer para llenarla de gente especial y sencilla que necesite vacaciones. Haría un sorteo en la tele, conmigo de protagonista, con capa, corona y silla de princesa para elegir a los nuevos enviados. Así por fin serviría de algo mi don especial de detección de gente buena. Ahora que lo pienso, creo que nunca me quitaría la corona y la capa. ¡Ah! también tendría mi propio perfume y lo regalaría a cambio de recetas novedosas o ideas divertidas. Volviendo a mi realidad, no nací princesa (lo sé, sé que lo sientes, yo también a veces lo siento) Y tampoco soy famosa. De hecho, lo más cerca que he estado de la fama fue a mis 10 años cuando gané un concurso de ajedrez local y otra vez a mis 20 cuando salí en un anuncio de shampoo del que me arrepentiré siempre. Pero en la intimidad, amigo lector, soy más que eso. Soy la reina de mi vida y de mi historia. Aunque suene a cursilada barata, lo soy. Con mis locuras y más; porque a cualquier nivel, con un poco de imaginación, una puede ser princesa Disney si quiere, sin necesidad de salir nunca en revistas. Por cierto, esto fue lo que inspiró este post http://www.elmundo.es/loc/2013/11/27/5295b48a63fd3d8e458b4597.html |
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April 2018
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