No me pregunten porqué pero siempre quise tener un amigo gay.
Así que hoy me lanzo a contar esto que tanto me ha martirizado la existencia, diciéndote a ti, amiga de toda la vida que... ir contigo a comprar ropa es perfecto, sí, pero te falta algo ¿entiendes? ódiame si quieres pero...te falta. Debe ser que vi alguna película en plena pubertad o a mitad de ciclo menstrual y entre la inflamación y la llorera, quedé marcada a fuego con la imagen de la chica buscando consuelo en el hombro masculino sin mostrar temor a una repentina erección. Esta idea, sumada a todas esas amistades fallidas con hombres heterosexuales que se niegan a perder la fe, me convirtieron en una payasa excesivamente amable con todo homosexual que se cruzase en mi camino. Una lástima, lo sé. Desde ese momento (que no puedo marcar en el tiempo) en el que empecé a desear tener un amigo gay, miles de parejas "chica hetero + chico gay" empezaron a aparecer ante mis ojos para restregarme su felicidad por la cara: mostrando su complicidad en centros comerciales, tomando un helado gigante para calmar las penas y en mi imaginación, protagonizando escenas maravillosas llenas de canciones pop, chocolates y mucho sentimentalismo. Ya por entonces empezaba mi búsqueda del amigo gay y como soy así de pesada, aprovechaba cualquier ocasión. Pasaban los años y nada. Y yo cada vez más desesperada: Corría el mes de Julio, era sábado, 3 de la tarde, hora en la que el sol está cansándose de quemar gente y la playa gay de Sitges está tan llena de hombres a los que les das igual, que da gusto. Lugar perfecto para encontrar a mi amigo/amiga ideal. No había terminado de estirar el pareo en la arena que ya estaba yo en pelotas rogándole a Dios y a los ángeles que por favor hoy fuera el día. Saqué mi libro y me empecé a hacer la que leía. A mi izquierda encontré una buena presa: unos 30 años, guapísimo, tanga de leopardo, leyendo el Kama Sutra y mejor peinado que yo en toda mi vida, rubio, fornido... en fin, el buen amigo gay parecía que había llegado por fin a mi vida y esta vez no podía fallar así que me quité un momento las gafas de sol y le sonreí mientras le hacía un tímido "hola" con la mano estilo princesa Letizia. El chico me devolvió el saludo y la sonrisa y continuó con su lectura. Me dí un baño en el mar. Las olas me llevaron hasta un mundo ideal donde él (Pablo, por ejemplo) me contaba sus hazañas nocturnas con un flamante Alemán al que había conocido la noche anterior en algún bar cerca al puerto, nos reíamos tomando un vino y brindábamos por nosotros y lo felices que éramos juntos en ese momento. Salí del mar, seguramente con esa cara de tarada que se me queda cuando estoy soñando despierta y me tumbé a tomar el sol. El hasta entonces "Pablo" volvió a sonreírme y yo a él. De pronto se levantó y se acercó hasta mi. - Hola, ¿eres de aquí? - Holaaa (cara de felicidad suprema) No, pero vivo aquí... ¿y tú? - También. ¿Estás esperando a tu novio? - No... no... Y casi sin dejarme terminar de contestar dijo qué bien, entonces ¿pongo mi toalla a tu lado? Podemos tomar el sol juntos, si quieres (guiño) Bueno, Pablo tenía un acento un poco extraño, así que era casi imposible que se llamara Pablo como en mi alucinación en el mar. Tan imposible como que fuera gay. Sentí tanta pena por mi situación, que opté por pedirle groseramente que me dejara en paz de una puta vez. Debió pensar que estaba loca. Pasó un año más y me rendí. Debía ser que solo podía tener amigas mujeres, algo habría hecho yo en mi vida anterior para merecer esto. Empecé a aceptar la falta de "colgajo" en mis amigas y sus vocecitas naturalmente dulces. Y cuando al fin lo había conseguido superar, apareció él. Sí, señores, hoy tengo un amigo gay y es hermoso. Él y el hecho de tenerlo en mi vida, por igual. Todo esto me hizo pensar que en la vida, recreamos mentalmente nuestros deseos de una manera en la que luego nunca se cumplen, pero la verdad es que eso no importa porque el simple hecho de que se cumplan ya es bastante. Sobretodo en este caso. Gracias por existir, buen amigo gay.
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Esta historia me la contó la amiga de una amiga.
Estas son dos chicas de aquellas inseparables. Por ejemplo, Pepa y Lulú. Se van de fiesta como cada viernes por la noche. A eso de las 2 de la mañana aparece un galán interesante para Pepa: alto, guapo, fuerte, con cara de. Hay ganas, pero las buenas amigas no se dejan solas, así que ahí empieza el cuento. Pepa le pregunta a Lulú. ¿A ti te gusta alguno?, frase que esconde un profundo "¿porqué no te vas por ahí y me dejas ligar con el rubio?" Lulú le señala a un tipo que parecía solitario y dice "Bueno, ese está bien" Pepa se acerca al chico en cuestión. ¡Qué buen gusto tiene mi amiga, coño! - Holaaaa (largo) ¿cómo estás? - Bien, ¿y tu? - Ya ves que bien. (blink ;) ) Oye, te quiero presentar a mi amiga. - Ah pero y... ¿tú? ¿cómo te llamas? - Yo, Pepa, pero en realidad me he acercado para presentarte a mi amiga Lulú. ¿Quieres conocerla? El tío, como quien va al mercado a comprar un bisteck, mira de arriba a abajo a Lulú, que desde lejos piensa... bueno... quién sabe qué carajos piensa. - Vale, preséntamela, sí. Mientras Lulú y "Jacinto" hablan, Pepa se va a la barra en búsqueda y captura del chico alto, guapo, fuerte y con cara de. Pero éste, apurado de la vida, ya se buscó otra. Pepa se queda en la barra meditando sobre el color de la coca cola y el horrible vestido de la rubia con la que se fue su presa. Conversa un rato con el camarero. Desde lejos, ve a Lulú y Jacinto juntos. Quizás era que su amiga al fin había encontrado el amor. Quizás esa noche marcaría un antes y un después en su vida. Pepa está emocionada por ella. Es una romántica. Desde la barra, los mira imaginando una boda y tratando de adivinar la cara de sus futuros "sobrinos". Guapos, eso seguro. De pronto Lulú se acerca a la barra y le dice: - Nena, Jacinto dice que porqué no nos vamos a tomar una copa a tu casa. - ¿Cómo, cómo? ¿A mi casa? - Es que, a ver Pepa... Jacinto quiere hacer un trío. Pepa casi muere de la risa. - No, no, en serio, ¡no te rías, tonta! Quiere hacer un trío con nosotras. - Un momentito, ¿y tú también quieres, loca? - Bueno, sí. Pepa apura el vaso y piensa un momento más en lo de la coca cola. Al rato contesta, más seria: - Che che ché, pero habrá que establecer unas reglas primero. - ¿Qué reglas?, preguntó Lulú. - Yo a ti no te hago nada, esa es mi condición. - Vale, vale. Apretón de manos y las dos caminan divertidas hacia Jacinto. Bailan abrazados los tres, como sacados de una película de Almodóvar, ahí en medio de la pista, medio pedos, medio calientes. Debía de sonar alguna canción de Alaska, aunque lo dudo... Jacinto les invita a una copa, con actitud vencedora, pues: el nene ganador de la noche, el rey de la selva, el adonis de la cité. Madre mía... Cuando salieron de la discoteca, Pepa quiso saber un poco más de el que, en un rato, sería su amante compartido. Se sentaron un rato a conversar en una banca. - ¿Vamos a tu casa, entonces?, dijo él. - No, ni de broma, a mi casa no. - Venga, Pepa, no seas aburrida, dice Lulú. - Bueno, no importa, dice él, vamos a un hotel. - Eso está mejor, contesta Lulú. - ¿En serio quieres acostarte con las dos? (Pepa es ingenua a veces) - Sí, no tengo yo la culpa, me gustáis las dos... Él las abraza y acaricia la espalda. La conversación fluye y el nuevo amigo se entusiasma: - Yo es que soy muy dominante. Me gusta tener el control con las mujeres. Espero que eso no les incomode. Entonces, como un rayo caído del cielo, Pepa revive en los bellos y cachondos ojos de Jacinto, todas las historias traumáticas de conocidas en las que lo divertido se convertía en abominable. Y de pronto dice: - Lo siento, creo que no voy a acostarme contigo. Dolorosa despedida. Pepa se fue a casa caminando, riéndose al recordar. Lulú y Jacinto se fueron juntos hasta el metro pero tampoco pasó nada entre ellos. A las 8 de la mañana Lulú envió un mensaje a Pepa: "Tenías razón, cuando salió el sol me di cuenta que el chico estaba mal de la cabeza" Amiguitos lectores, lamento que el final de la historia no sea tan porno como esperaban. Culpen a Pepa. Están por todos lados, a plena vista o escondidos en callejones. En barrios pobres, en barrios ricos, en ciudades grandes o en pueblos recónditos. Invaden la geografía universal haciéndose llamar “locales malditos” y estoy segura que existe alguno muy cerca de ti.
Estos curiosos lugares por los que parece haber caído una maldición eterna tienen un olor especial, un tufo sutil a fracaso que sólo podemos reconocer con facilidad algunos superdotados del olfato como yo. En el distrito limeño de San Borja, al final de la calle donde pasé mi niñez, había una esquina desde la que según yo empezaba el mundo adulto; ese donde los problemas se hacen realidad y se vive siempre al borde de la locura o de la iniciación al culto a Jehová. Pensaba que al cruzar esa calle hacia la avenida Las Artes, "lejos" de la seguridad del hogar familiar, podía perderme, quién sabe si para siempre... y era justo en esa esquina entre la niñez y la horrible adolescencia, donde estaba el primer local maldito que conocí. Por él pasaron, uno tras otro, negocios que siempre nacían y morían de la misma manera: pasando de la ilusión al miedo. Tiendas de ropa, bodegas de alimentación, negocios de masajes misteriosos, peluquerías y hasta una tienda de mascotas. ¡Esos cachorros tiernos no podían no venderse! Pero sí, de pronto, nadie los quería. Cosa rara. Abrían sus puertas a la riqueza con ilusión y fuerza. Todos los dueños llegaban con esa cara de tarados que se nos queda a los humanos cuando pensamos "al fin voy a ser millonario". Algunos se esmeraban en la decoración, otros preferían invertir en desarrollar una idea de negocio novedosa e incluso algún listo se esforzó en pagar una campaña de publicidad (estos pinches publicistas), pero ninguno conseguía jamás evitar la caída en picado de sus cifras de ventas, porque señoras y señores, tarde o temprano todo se desplomaba. Poco a poco se iba creando en el aire el ambiente lúgubre del final de un cuento triste. ¿Empezaban a perder dinero? ¿Se comenzaban a sentir víctima de fraudes, incendios? ¿Veían caer sobre sus cabezas la desgracia de la enfermedad o era la saña de los desastres naturales golpeando con furia especial contra sus setenta metros cuadrados de superficie? Terremotos, asaltos, cualquier cosa podía ser, el caso es que no importaba cómo, siempre terminaban cerrando. Durante años me he encontrado con lugares malditos dedicados a los negocios temporales que nunca funcionan. De formación profesional, siempre intenté buscarle una razón a su fracaso. La localización tenía que ser. Pero a no ser que tuviera una razón relacionada a un error garrafal de feng shui, la mayoría de las veces, los locales malditos cumplían con estar bien ubicados, a la vista y paciencia de la gente a la que bien podían llegar y venderles sus productos y servicios como si no hubiera un mañana. (Consumir, cerdos, consumir) Bueno, pues entonces será justamente eso, lo que venden. El qué y no el cómo nuevamente a la cabeza. Sí, podía ser ese el problema, pero, curiosamente, descubrí que no. Conocí negocios bien pensados, originales incluso, que se iban al garete sin entender por qué. ¿La atención al cliente? no, tampoco. De hecho, creo que el temor creciente a la mierda que se acerca como una peste, volvía a los empleados cada vez más blandos, dulces y serviciales. ¿Sería acaso la razón del fracaso un mix suavecito de todas las anteriores? ¿Tan suave que llega a ser imperceptible? Puede ser. Pero ante la duda, decidí crear una hipótesis propia, bastante más creíble y sensata para la mente de una persona como yo, pensadora imaginaria donde las haya. La razón pues, de la caída continuada de las empresas que inician operaciones en un local maldito es algo que claramente escapa del control humano. Pero, ¡cuidado! dios y su séquito no está para problemas del capital, así que los únicos que podían estar tras esto eran, sin lugar a dudas, los espíritus aburridos del inframundo. Ellos, en su eterna desidia, no encuentran mejor manera de putear a los humanos que meterse en sus locales y una vez allí, lloran sus penas del pasado y cuentan historias terroríficas a las paredes que, aunque no hablan lenguajes humanos, son capaces de enviar mensajes sutiles a nuestra mente inconsciente. El ciclo de mensajes malditos permanece por el resto de la vida impregnada en cada metro cuadrado. Todavía no se ha encontrado una solución a este problema que impacta directamente en el sistema. ¡Qué diría John Smith! En fin, sí, sí, hazte empresario… pero ojo. Mucho ojo. Desde ayer a las 13hrs. reporteros de todos los medios, independientemente de la ideología que tengan, preguntaban a los paseantes lo mismo: "¿Crees que el rey abdicó en el momento adecuado?"
A muchos les tomaba por sorpresa la pregunta. ¿Qué coño importa si era el momento correcto o no? No había nada más útil que preguntar. Me pasé la tarde renegando del periodismo. Me pasé la tarde quejándome en silencio de que haya tanta gente dormida. Pero, hoy, después de pasar la noche escuchando sonidos orientales de una aplicación de relax que me descargué al móvil, desperté con otra idea. A ver si va a ser esa una pregunta "trampa". Creo que me enfadaba tanto ayer porque realmente yo no sabría que contestar. Imagínate que ayer, a las 5pm por ejemplo, me bajo a por un café y en plena plaza me para un periodista aguarrintoso (no sé si existe esa palabra, pero me gusta) a preguntarme sobre la actualidad. Ostia, ¿mi lado vanidoso se preocuparía? Quizás un poco, pero más preocupante sería no saber qué contestar a la odiosa: ¿crees que este es el mejor momento para que el rey abdique? ¿Nunca he sabido cuándo es el mejor momento para nada y me pregunta usted esto, periodista hijo del diablo? Seguramente huiría con mi café gritando algo obsceno o fingiendo un desmayo. Quién sabe. El caso es que hoy pensé... ¿Qué tal si el rey se hubiera esperado a que la izquierda (el partido Podemos, por decir algo) siguiera ganando adeptos en España? ¿No será que el momento de abdicar llegó justo en el límite del cambio? Corre, corre, Juan Carlos, abdica antes de que esto se nos ponga más negro. Ponemos a Felipe al mando ahora que se puede, ahora que hay mayoría y los rojos no nos pueden joder lo suficiente; ahora que papi Rajoy a la cabeza nos apoya. El poder de las flautas japonesas y los bosques de bambú. Una revista de economía peruana a la que sigo regularmente porque su director de redacción está bastante bueno, me envió hace unos minutos uno de sus flamantes newsletters plagados de publicidad.
En fin. Ahí me encontré con un vídeo linnndo protagonizado por un señor medio calvo y feliz. Este señor resulta ser el "más-más" de la marca San Fernando. Hola señor. Para los que no la conocen, San Fernando es una marca de carnes muy reconocida en el Perú. El año pasado o el anterior, qué más da, hizo una campaña de marketing a nivel de inversión Caca-Cola que les hizo muy queridos. Este año, sacaron un nuevo producto, por lo visto bastante bueno. No lo he probado. El caso es que me pongo nerviosa. Me pongo nerviosa, querido lector, porque el nuevo producto tiene un nombre sin sentido: Atún de pollo. Caballeros y señoritas comunicadores involucrados en el éxito de ventas de San Fernando: el atún es un pescado y el pollo, un ave. Entonces, ¿cómo que atún de pollo? No me jodan. Lógico que es más fácil para la gente llamarlo así. En Perú casi no se consumen conservas y la única que sí que está en boca de todos es el atún en lata. Pero de verdad ¿es esa razón suficiente para darle un nombre de especie mutante a su maravilloso producto de pollo enlatado? Por lo visto, sí. El señor medio calvo cuenta en el vídeo que fue así como decidieron llamarlo porque fue lo primero que dijeron los de la agencia al ponerle nombre a la campaña de lanzamiento. Al darse cuenta de que era así como la gente lo entendía, pensaron que era correcto mantenerlo como habían pensado. La publi a los pies de la mutación. Ahora resulta que San Fernando es una lovemark. Lovemark, mi culo. No le compro ni una pechuga de pavo a alguien que se inventa especies. Yo me pregunto, acaso la gente que come ese "atún de pollo" no se pregunta nunca si eso que viene ahí dentro de la lata es algún nuevo animalito del señor? Yo llevo un mes buscándole cara al bicho. Lástima que no soy buena dibujante. Atún de pollo. El atún cuyo padre es un pollo. ¿Un pollo y un atún hembra? ¿Una polla y un señor atún? Ahí lo dejo. Una señora de aspecto agüita tibia estaba parada a mi lado esperando el bus. Esa necesidad irreprimible de hablar con extraños me llevó a conocerla: Qué frío tan tremendo, ¿no?
Ella, que ya estaba con un pie en el más allá, contestó con ese gesto único de la gente mayor que inspira entre sabiduría y hartura: Hay que abrigarse, hija, que ya empieza. Que ya empieza lo bueno. Sentí la vibración del móvil en las ingles. Era Luisa, una amiga. -¿Qué tal, nena? -Acá, tomando el sol- dije. -Boba. ¿Abriste el link que te mandé anoche? Resulta que Luisa es diseñadora gráfica. (Eso que, con todos mis respetos, algunos artistas con talento estudian para empezar a perderlo) Luisa me había enviado un link de una reconocida revista de diseño donde hablaban del boom de la Helvética y el boom anti-serif y el boom del reboom y tal. Ya me tienen harta con la Helvética. Que si es perfecta, que si ahora Apple la usa en su nuevo sistema operativo, que si es de sistema, que si es elegante pero sencilla. La Helvética es la salvación, ok, entendido. -Imagina que no lo abrí, Luisa. ¿Todo bien por casa? -Nunca lees lo que te mando, tía. -Las quejas a partir de las 10, por favor. Después de colgar, la doña a mi costado comentó divertida (o envidiosa): -Ahora vosotros, los jóvenes, os comunicáis para comentar cualquier tontería. -Cualquier tontería, señora, así es. Demasiado nos contamos. ¿Será ese nuestro problema? -Claro que sí. En mis tiempos... -Perdone señora, pero me bajo en la próxima y quisiera hacerle una pregunta. Usted, ¿en qué se reencarnaría? -Vaya, pues no sé. A ver, no, no sé. ¿Ves? ¿Para qué esas preguntas? ¡No hay quien lo entienda! Vosotros los jóvenes pensáis demasiado. Todo os parece digno de ser cuestionado. -Ya. Ya. Me despedí de la señora anhelando que tuviera una muerte tranquila y sin remordimientos. Algo para lo que, definitivamente, no necesitaría mis buenos deseos. Me bajé del bus preguntándome en qué me reencarnaría yo, ya que ella no contestó a mi pregunta. Si fuera una tipografía, por ejemplo, pediría al dios de las reencarnaciones ser la Comic Sans y en mi profundo dolor por no ser querida más que por profesoras de jardines de infancia, esperaría llena de paciencia la dura caída de mi mayor enemiga, la "perfecta" Helvética. |
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April 2018
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